Trucos Para Que No Te Piquen Los Mosquitos

La última vez que vi el reloj antes de dormirme eran las tres de la mañana. Nuevamente soñé con el cuarto escarlata, pero en esta ocasión ocurrió algo distinto. Oí el lamento que salía del fondo del pasillo y caminé hacia ahí con mis pesadas botas de hierro. Entré a la habitación de paredes rojas, pero no había sangre en las paredes, sencillamente tenía que ver con una cuarta parte pintado de colorado.

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¡Las páginas estaban en blanco! Vi el techo, que también se encontraba en blanco. El libro salvaje era un libro vacío. Entonces percibimos una vibración, como un motor que comienza. Parecía que las páginas sentían cosquillas al ser vistas por vez primera. No estaban habituadas a ser recorridas con los ojos.

Juan ahora tiene planeadas las vacaciones veraniegas. Esta búsqueda no será simple, pero va a contar con la ayuda de Catalina. Estuve pensando y pensando en El libro salvaje. ¿Tendríamos otra oportunidad de apresarlo? En esta ocasión habíamos fallado por muy poco. Me quedé inmóvil, oyendo los crujidos de la casa hasta que sentí que eran los crujidos de mis ideas.

El Libro Salvaje – Juan Villoropdf

Tal vez he visto a muchos enfermos que contagié al libro. Catalina era tan generosa que se echaba la culpa de lo que había leído. Pero ella no podía ser la causante de que el libro se hubiera destruido.

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Lo mucho más sincero que podíamos llevar a cabo era confesar qué clase de leyentes éramos. Si El libro salvaje quería comprender a quienes podían ser sus amigos, era lo mejor que podíamos ofrecerle. Dejamos la carnada y fuimos a la cocina, donde el tío deseó hablar de la cáscara del cacahuate. Eso nos confirmó que habíamos tomado la resolución correcta con El libro salvaje. Durante días y días le llevamos libros que nos hacían ver como expertos en cosas muy serias.

El Libro Salvaje – Juan Villoropdf

Todo parece señalar que de este modo es. Carmen me abrazó y el Sol llenó de luz ese jardín donde los pájaros cantaban tal y como si supiesen que éramos contentos. Te acompañaré hasta que te duermas —le dije. —No tengo sueño —fue su contestación. La llevé a su cuarto y cinco minutos después ya estaba dormida.

—Esperen un poco —ha dicho el tío, con la voz cortada por la emoción. De este modo fue como, de tanto desearlo, las letras se formaron ante nosotros, no de a poco, sino en un periquete. El libro ya se encontraba escrito, pero precisaba que fuésemos sus cómplices para verse. El libro salvaje había viajado sin instruir su crónica y por fin se decidía a abandonar su vida solitaria. Jamás voy a olvidar los días que pasé en casa de tío Tito ni las peripecias que nos llevaron a localizar ese libro tan especial. Desde entonces, leí el resto libros como si asimismo los hubiera atrapado y solo me mostraran sus letras.

Retorné a mi cuarto, más despierto que jamás. Envidiaba la rapidez con que Carmen se dormía y se amoldaba a todas las cosas. No me costó trabajo regresar a la puerta. El cuarto estaba en penumbra pero me orienté con extraña seguridad, tal y como si avanzara en un sueño. Oí ruidos en el piso de abajo. El tío procuraba algo en su escritorio.

Pero ahí estaban esas páginas blancas como la leche o la nieve. ¿Tenía sentido haber luchado tanto para conseguir una aventura sin letras, una historia sin expresiones, un cuento en blanco? ¿Agitarlo o apretarlo a fin de que escupiera por fin su mensaje, si es que tenía uno? Catalina pasó sus dedos sobre las páginas, tal y como si quisiera leer al modo de los ciegos.

De chaval dormía de un tirón, pero a los 13 años comencé a tener el «sueño escarlata», una pesadilla que regresaba una y otra vez. Me encontraba en un pasillo largo, húmedo y obscuro. En el fondo se agitaba la luz de una flama. Entonces me percataba de que estaba en un castillo.

El Libro Salvaje – Juan Villoropdf

—Debe conocernos tal como somos. Si no le agrada lo que más nos gusta, no posee caso que esté con nosotros. De este modo fue como decidimos poner distintos episodios de El río con apariencia de corazón en sitios donde suponíamos que podía estar El libro salvaje. ¿Le gustaría lo mismo que a nosotros?

Leí parado y luego sentado en el suelo. Me enteré de familias que habían vivido durante varias generaciones sin conocer otro paisaje que un laberinto. Hoyo en el que caía; se quitaba la camisa, la mojaba en el agua y se la daba a ella para que se limpiara el lodo. En el final, cuando ya se habían salvado, nadaban en el agua fría.

Por último, entraba en un cuarto de paredes rojas. Mi color preferido en esa temporada era el escarlata. ¡Cómo me agradaba el sonido de la palabra «escarlata»! En el sueño, no veía a la mujer que lloraba, pero sabía que estaba ahí. Antes de dirigirme a ella me aproximaba a una pared, hipnotizado por el color escarlata. Solo entonces me daba cuenta de que la área era líquida.

Si bien aquello parecía incomible, sabía realmente bien. Memoricé el lugar donde había rozado el libro blanco y me dispuse a cenar como si nunca hubiese probado alimento. No deseo entender nada más de ese río. —¿Cómo sabes que no es mi culpa? —Los libros que lees en la biblioteca de tu tío se vuelven distintos cuando yo los leo en la farmacia.